EL CUARTO PISO, LA ÚLTIMA PUERTA


La fe viene a los que son humildes, diligentes y perseverantes.
Viene a aquellos que pagan el precio de permanecer fieles.
Esta verdad se ilustra en la experiencia de dos jóvenes misioneros que sirvieron en Europa, en una zona donde había pocos bautismos de conversos. Supongo que hubiera sido comprensible para ellos pensar que lo que hicieron no marcaría mucho la diferencia.
Sin embargo, estos dos misioneros demostraron que tenían fe, y estaban comprometidos con la obra. Tenían la actitud de que si nadie escuchaba su mensaje, no sería por no haber hecho su mejor esfuerzo.

Un día, sintieron el deseo de visitar a los residentes de un edificio de apartamentos de cuatro pisos muy bien cuidado. Empezaron en el primer piso y tocaron en cada puerta presentando el mensaje salvador de Jesucristo y de la Restauración de Su Iglesia.
Nadie en el primer piso los quiso escuchar.
Hubiera sido fácil para ellos decir: “Lo hemos intentado; detengámonos aquí y vayámonos a otro edificio”.
No obstante, estos dos misioneros tenían fe y estaban comprometidos con la obra, así que llamaron en cada puerta del segundo piso.
De nuevo, nadie les escuchó.
En el tercer piso ocurrió lo mismo; y también pasó lo mismo en el cuarto piso; eso sí, hasta que tocaron la última puerta del cuarto piso.

Una jovencita abrió la puerta, les sonrió y les pidió que esperaran mientras ella hablaba con su mamá.
Su madre tenía solo 36 años, había perdido recientemente a su esposo, y no estaba de humor como para hablar con los misioneros mormones. Así que le dijo a su hija que les dijera que se fueran.
Sin embargo, la hija le suplicó a su mamá. Esos jóvenes son muy amables, le dijo, y solo tomara unos pocos minutos.
La madre accedió de manera renuente. Los misioneros compartieron su mensaje y le dieron a la mamá un libro para leer: el Libro de Mormón.
Después de que ellos se marcharon, la mamá decidió que por lo menos leería unas pocas páginas.
Terminó de leer el libro entero en unos pocos días.

Poco después, esta maravillosa madre y su familia entraron en las aguas del bautismo.
Cuando la pequeña familia asistió a su barrio local en Fráncfort, Alemania, un joven diácono se percató de la belleza de una de las hijas y se dijo a sí mismo: “¡Estos misioneros están haciendo un gran trabajo!”.
El nombre de ese joven diácono era Dieter Uchtdorf, y la encantadora jovencita, la que le había suplicado a su mamá que escuchara a los misioneros, lleva el hermoso nombre de Harriet. Cuando me acompaña en mis viajes, todo el que la conoce la llega a querer. Ha bendecido la vida de muchas personas por medio de su amor por el Evangelio y su personalidad tan alegre. Ella, en verdad, es la fuente de alegría en mi vida.

En nuestra búsqueda de la fe duradera, en nuestra búsqueda de conectarnos con Dios y Sus propósitos, recordemos la promesa del Señor: “… llamad, y se os abrirá”. (Mateo 7:7)

¿Nos daremos por vencidos después de tocar una puerta o dos? ¿Un piso o dos?
O ¿continuaremos buscando hasta que hayamos llegado al cuarto piso, a la última puerta?

Dieter F, Uchtdorf, Conferencia General, Octubre 2016

Lee el discurso completo aquí: El cuarto piso, la última puerta

Comentarios