“Cuando salí de mi casa para servir en una misión”, dijo Gordon posteriormente, “mi padre me dio una tarjeta en la que había escrito cuatro palabras… ‘No temas, cree solamente’ (Marcos 5:36)”. Esas palabras inspirarían al élder Gordon B. Hinckley a servir fielmente una misión honorable, especialmente cuando se combinaron con las ocho que su padre le añadió unas semanas más tarde.
Esas ocho palabras adicionales llegaron en un momento de gran desánimo, el cual había comenzado el 29 de junio de 1933, el primer día del élder Hinckley en Preston, Inglaterra. Cuando llegó a su apartamento, su compañero le dijo que le tocaría hablar esa tarde en la plaza de la ciudad. “Creo que usted tiene al hombre equivocado como acompañante”, le respondió el élder Hinckley; sin embargo, unas horas después se hallaba cantando y hablando desde una tarima ante una multitud de espectadores apáticos.
El élder Hinckley descubrió que muchas personas no estaban deseosas de escuchar el mensaje del Evangelio restaurado. La pobreza que había generado la depresión económica mundial parecía impregnar el alma de todas las personas que le empujaban a un lado para abrirse paso en los tranvías, por lo que él no hallaba motivos para sentirse cercano a ellos; además, se sentía enfermo físicamente. Comentó lo siguiente: “En Inglaterra, los pastos se polinizan y brotan las semillas a finales de junio y comienzos de julio, que fue la época exacta en la que yo llegué”. Eso disparó sus alergias, lo que hacía que todo le pareciera peor[...]La obra era frustrante. Su compañero y él tenían pocas ocasiones de enseñar a investigadores, si bien hablaban y enseñaban en las pequeñas ramas cada domingo.
Sintiendo que estaba perdiendo el tiempo y desperdiciando el dinero de su familia, el élder Hinckley escribió una carta a su padre para explicarle sus infelices circunstancias. Bryant Hinckley respondió dándole un consejo que su hijo seguiría durante toda su vida: “Querido Gordon”, escribió, “Recibí tu última carta… y tengo solo una sugerencia:” Y entonces escribió las ocho palabras que agregaron peso a las cuatro que le había escrito antes: “Olvídate de ti mismo y ponte a trabajar”. Ese consejo coincidió con un pasaje de las Escrituras que el élder Hinckley había leído con su compañero esa mañana: “Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio la salvará” (Marcos 8:35).
Con la carta de su padre en la mano, el joven élder Hinckley se puso de rodillas y le hizo la promesa al Señor de que se entregaría a Él. De inmediato sintió el efecto. “El mundo entero cambió para mí”, dijo. “Se disiparon las tinieblas, el sol comenzó a brillar en mi vida; ahora tenía un nuevo interés. Veía la belleza de esa tierra; veía la grandeza de la gente. Me empecé a sentir como en casa en esta tierra maravillosa”...
...Había pocos bautismos de conversos, mas en el corazón del hijo de Bryant y de Ada Hinckley, la chispa de la conversión creció hasta convertirse en una llama inextinguible.
- La vida y el ministerio de Gordon B. Hinckley: El Servicio Misional y la conversión Personal.
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